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Artista en foco: Cecilia Duhau

Como si lo etéreo y lo material se hubieran encontrado en la misma esquina del universo, Cecilia Duhau despliega su obra y sus reflexiones en un rincón luminoso, casi en el límite entre la ciudad de Buenos Aires y el conurbano industrial: “Trabajo en un lugar muy especial, en Barracas, rodeada de otros artistas, y al que vengo todos los días, después de haber terminado los quehaceres de la vida diaria… esos que a veces resultan un poco pesados y de los que el arte me libera” (risas).

Rodeada de relieves, retazos de madera, diseños computarizados y pinceles, Duhau se define: “me considero pintora, pero he incursionado en diferentes maneras de pintar. Durante diez o doce años hice algo que hoy en día se llama pintura expandida: dibujar y pintar con la computadora, hacer pintura digital, que imprimía. La computadora ejerció una enorme fascinación sobre mí . Pero luego, quería que la pintura saliera de alguna manera a la tridimensión y descubrí que con corte láser podía hacer piezas para montar superpuestas. Así fui creando esculturas de pared, mayormente, que yo llamo relieves. Y como al principio no me atrevía a poner color, eran siempre blancos, casi un encaje, donde era fundamental la iluminación, la sombra. Con el paso del tiempo fui incorporando el color, pero al principio la luz era parte de la obra”.

Desde la sutileza del blanco a los colores más vivos, Duhau da cuenta de un proceso de transformación a lo largo del tiempo: “Fui perfeccionando la forma de pintar estos relieves, al principio con aerógrafo y luego laqueado, con pintura poliuretánica, que intencionalmente les daba un aspecto metálico, que no se sabe de qué material están hechos, aunque se trate de un material muy liviano. Sin embargo, con el tiempo empecé a tener muchas ganas de volver a pintar, de ensuciarme las manos, que fue con lo que empecé, mi base. Así que comencé tomando todos los pedazos de maderas recortadas que tenía por el taller, los monté en un mural y empecé a pintarlas a mano. Esa fue como una primera gran instalación. Y a partir de ahí busqué la manera de pintar, pero sin volver a la tela rectangular, sino siguiendo con esta idea de la pintura expandida. En eso he estado en estos últimos tiempos, haciendo prueba y error”.

Para Duhau el arte ocupa un lugar especial: “el arte para mí es misterioso, un lugar de crecimiento espiritual, aunque pueda sonar pretencioso: es encuentros, cosas que uno ve, sonidos, música. Es caerse al vacío sin peligro, aunque a veces uno siente esa sensación de vértigo, pero dentro de un contexto donde todo se puede, donde uno mismo pone sus propias reglas. Es la locura permitida”.

Sin duda es, además, su fuente de inspiración, una fuerza que la mueve a trabajar, “A los 16 años, en un museo en Europa vi a Karel Appel y a los neoexpresionistas alemanes de los años cincuenta, y ahí decidí que me encantaba la pintura contemporánea, el neoexpresionismo alemán. Y de los argentinos siempre me gustó muchísimo Noé y Stupía, y por ese motivo tomé clases con ellos. Actualmente me gustan mucho Albert

«El arte para mí es misterioso, un lugar de crecimiento espiritual, aunque pueda sonar pretencioso: es encuentros, cosas que uno ve, sonidos, música.»

Oehlen, Daniel RIchter… Siempre vuelvo a los pintores expresionistas. Pero a veces me pongo a mirar pintura italiana del siglo XV, miro mucha pintura, mucho dibujo, mucho arte en general y eso es lo que me estimula”.

Sin embargo, el proceso de convertirse en pintora no fue fácil: “Fue un camino arduo al principio, porque dada la época y el lugar y la familia en que yo había nacido, la pintura no era una actividad que se privilegiara, sino aquello que se consideraba ‘verdadero trabajo’. Así que estudié museología, con la idea de trabajar desde lo teórico, pero me seguía tirando mucho la idea de pintar, de hacer lo mío. Fue un largo camino. Pero la vocación artística es muy fuerte, es algo inevitable. Sale por todos lados, uno siempre está haciéndolo. En una época dejé de pintar porque estaba con hijos chicos, pero ponía todo en la decoración de la casa, las alfombras, los colores… A los 28 años yo había dejado de pintar, y me di cuenta de que no había una diferenciación tan tajante entre el que estudia y el que hace arte. Trabajaba en archivo y catalogación en Bellas Artes y casi todos mis compañeros también pintaban. Y recuerdo una conversación donde alguien me dijo: ‘¿por qué sos tan rígida? ¡Si tenés ganas de pintar, pintá!’… ¡Y así recomencé! Y sí, creo que es un camino arduo. Después hay una parte donde uno se tiene que incluir en el medio, encontrar a sus amigos, porque es un camino solitario y uno no puede quedarse tan solo. Si fuera joven hoy estaría trabajando en un colectivo de artistas, como hoy en día hacen los jóvenes artistas…”

Preguntada por el futuro, Duhau sonríe: “No sé hacia dónde va lo que estoy haciendo. Eso es lo interesante… que uno tiene esta libertad, y que la obra te va llevando y es un diálogo que estás teniendo, donde lo que hacés te va descubriendo cosas. No sé para dónde me lleva pero sé lo que estoy haciendo en este momento. Estoy usando las maderas que fueron quedando y las estoy pintando o cubriendo con telas pintadas previamente. Y de esa manera mi trabajo está volviendo -como yo quería- a ser mucho más manual, a tener otra vez la impronta de la pincelada, mientras sigo teniendo la idea de la pintura expandida, las instalaciones, la idea de incluir la pared, pintándola de un color. Y mucho más… Imaginar, me imagino muchas cosas”.

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