El mundo de Nicolás de Caro transcurre en una antigua casa señorial de Floresta, llena de historia, de plantas y luz, cuyos techos altísimos resultan ideales para la obra que tapiza las paredes: “Soy artista y me gusta presentarme como alguien que pinta telas. Cuando era chico, en la casa de mi familia había muchos textiles y esa imagen me quedó grabada. Empecé dibujando y pintando en cuadernos. Pero eso se transformó en pintar hojas de papel y un día estaba pintando una remera… compré tela y fue sucediendo, tomando escala”.
Así comenzó una etapa de juego, pero también de liberación: “Había una imagen que tenía en la cabeza, que nunca me pude sacar, hasta que empecé a hacer: un blanco y negro, un contraste. En general, siento que los proyectos se vienen trabajando dentro de mí por mucho tiempo, hasta que llega un momento en que están los materiales, está el espacio, están las herramientas y es cuestión de ponerlo en práctica. Parte de mi proceso es de acumulación de materiales y herramientas. Y un día me levanto y lo hago. Siempre desde el juego, hay un desarrollo del universo de imágenes primero, en papel, en el celular, en la tablet. Y a partir de ese primer encuentro, empiezan a aparecer las ideas, las escalas, los formatos. Hay un universo del textil que me gusta explorar. No siempre lo pienso como una obra sino también como objetos que pueden entrar en el uso cotidiano. Y eso sé que no es obra, pero es parte de mi obra”.
Su relación con la tradición artística se acerca más a lo artesanal que al mundo académico: “Lo hecho a mano, el autor anónimo me conmueve. El objeto para decorar que está ahí, que forma parte, los recuerdos que tengo en mi cabeza y veía en mi niñez, en casa de mi tía, y querer con mi laburo generar ese tipo de encuentros. Hay algo de cuando una obra entra en el cotidiano, una química entre ella y la persona que termina teniendola”.
«Me gusta que el arte se haya transformado en mi cotidiano y en lo que necesito hacer para estar bien»
Su proceso creativo de altos contrastes -una “marca” que viene de sus tiempos como fotógrafo- necesita de un orden preciso: “Soy muy concentrado, muy ordenado y tengo ciertas rutinas: levantarme, tomar un café, darme una ducha, y llegar al taller y que esté ordenado. El blanco es el blanco de la tela y el negro de la tinta, así que no permito que haya manchas. Por otro lado, mi trabajo se va dividiendo por etapas o eventos de realización y producción. Si tengo programada una muestra, entro en una vorágine productiva, donde estoy muy cómodo, y ya sé las cosas que quiero hacer.
Obra del artista
Pero cuando eso termina, entro en un pozo hasta que un día me despierto y digo ‘encaremos por acá. Aunque no sea algo definitivo, pero es parte de ese proceso de ir encontrando lo nuevo. A veces se trata de nuevas formas de montaje, o nuevas formas de coser la tela lo que termina siendo parte de ese proceso, porque me involucro no sólo en pintar la tela sino en manejar la máquina de coser, encontrar nuevos soportes, nuevas maneras de cortar, de marcar o armar la tela… Soy bastante impulsivo y cuando tengo una idea, necesito -por ejemplo- la máquina de coser, voy y me compro la máquina. Los días previos a que llegue veo diez videos en youtube para saber usarla y cuando llega, siento que ya sé. Así me pasa con los distintos procesos. Siempre es estar aprendiendo, llenarme mucho de internet, hacer cursos y esto que decía antes: tener las herramientas, para que el día en que tenga ganas de usarla estén ahí, disponibles. Me gusta que el arte se haya transformado en mi cotidiano y en lo que necesito hacer para estar bien. Si me voy de vacaciones, a la semana ya necesito mi taller. Necesito mis pinturas, mis telas, involucrarme. Siento que no podría estar haciendo otra cosa”.