En un departamento del microcentro porteño, Elina Carullo sonríe, rodeada por sus cuadros. La sensualidad de sus obras tiene algo de leve y de contundente al mismo tiempo, como cuando ella misma se presenta. “Soy Elina Carullo, artista visual, y tengo una pulsión hacia la pintura. Tengo la suerte de moverme en base al deseo de venir a pintar y -al mismo tiempo- a la necesidad de consumir arte, disfrutar del arte y producir. El arte me pone en acción, como un movimiento corporal desde lo que necesito pintar. Y, por otro lado, voy a una muestra y salgo extasiada, necesitando ver más y más. El arte me hace latir el corazón con una intensidad que pocas cosas me hacen sentir.”.
La inspiración para pintar se retroalimenta con más y más trabajo: “Tengo un interés en mi obra producido por la obra misma: no es que tuve que descubrir qué es lo que me interesaba, sino que a partir de producir, de pintar y pintar, me di cuenta de que mi interés está en un cierto tipo de pintura, que referencia a una figuración poseída de mucha abstracción. Tengo hacia la piel, hacia el cuerpo, hacia lo femenino un interés que fui aprendiendo a partir del hacer, y de ver dónde se detiene mi ojo. Por eso, mi manera de producir es mirar muchas y variadas imágenes: moda, una imagen personal, familiar. Voy guardando imágenes de cuerpos y en algún momento las vuelvo a revisar y las elijo para producir”.
El cuerpo, los cuerpos, están en el centro de su observación: “Me parece que con detalles del propio cuerpo uno puede decir mucho y abarcar, al mismo tiempo, lo universal. No es el ojo, ni la forma de la boca, ni el color de la piel, sino -a través de ellos- el encontrar tanto lo más universal, como lo más referencial a la historia de uno, a un momento de tu vida. Eso es lo que más me interesa: no contar todo, sino que a cada uno le despierte algo mi pintura, lo que ellos interpretan de esa imagen, que a veces no está totalmente dicha sino velada. Algunas imágenes me revisitan muchas veces. Hay series de bocas, hay series de manos, pero me puede pasar que una pintura dialogue con otra muchos años después. Mi obra es bastante erótica, no sólo puntualmente por la imagen sino a partir de la paleta, el encuadre, la imagen. El contacto entre pieles, entre cuerpos, la propia percepción de uno a partir del contacto con otros atraviesa mi obra. Las bocas y particularmente las manos siempre me interesaron por su capacidad de expresar muchas cosas sin la necesidad de hablar. Con una caricia o una forma de apoyar la mano uno dice mucho”.
Su ambiente de trabajo es ordenado, limpio, pero alberga tormentas invisibles y creativas: “Mis emociones durante el proceso de pintar son muy caóticas: oscilo entre momentos de disfrute y otros en que me cuesta más volver a encontrar la imagen. Me enojo, me frustro, y luego me amo, amo la obra, amo ver, y en ese ir y volver en general me voy feliz de estas cuatro paredes. O me voy frustrada y al día siguiente vuelvo a insistir, a encontrar y esas idas y vueltas me gusta estar, desde que decidí dedicarme a la pintura, cuando me di cuenta de que toda mi vida había sido algo que estaba en mí, y lo acepté”.
«La obra es siempre un canal donde uno puede decir mucho más que lo que uno puede decir»
Su apetito por ver arte se inclina, actualmente, por las obras de Marlene Dumas, Luc Tuymans, Alex Katz , o el argentino Juan Becú: “Lo que me llama de los artistas, lo que me interpela es la pintura misma. Ver un documental o ver a un artista pintar me conecta con lo que yo siento. Creo que la pintura acompaña los momentos, los buenos y los más duros, y somos beneficiados al transitarlos. Hace seis meses tuve a mi hija, Isabel, y un poco antes falleció mi papá, muy repentinamente. Y creo que pintar también te permite hacer homenajes a la gente que uno quiere. La obra es siempre un canal donde uno puede decir mucho más que lo que uno puede decir”.