Los acertijos visuales son esas imágenes que a primera vista parecen una cosa pero que cambiando el foco revelan otra imagen distinta. Con estos conceptos trabaja Ramiro Oller, sin atarse a un material pero sí a una forma que traduce el mecanismo que cada uno tiene de construcción de la imagen y lo deconstruye.
Estudió dibujo y antropología por su interés en el arte rupestre. Pero cuando se dio cuenta que la carrera de Antropología no tenía el foco en eso que a él le gustaba entró al IUNA y sintió una gran libertad al ver que su camino iba por el lado del arte. “Consumo mucho arte, música, leo mucho… No hubo dudas: soy artista, es lo que estoy haciendo”, sentencia Ramiro con tranquilidad.
“Es dificil diferenciar entre el arte y mi vida. El arte para mi es una predisposición para contemplar las cosas”.
Su inspiración viene de muchos lugares: los comics japoneses, los escarabajos, los materiales camaleónicos o tornasol. Pero sobre todo viene del propio trabajo, porque haciendo surgen otras ideas que llevan a nuevas producciones. En sus trabajos se superponen capas de materiales que van desde las impresiones de fotografías, hasta los materiales plásticos adhesivos como vinilos o polarizados. En su uso y aplicación aparecen ciertos ‘accidentes’ o torpezas que abren la puerta a otra relación con el material que Ramiro considera interesante. Arrugas, burbujas, texturas que generan un tiempo en la imagen. “Mi trabajo es muy para ver en el momento porque se revela y se manifesta en el tiempo…” explica.
En 2014 empezó a trabajar con la Inklink que es una birome digital que difiere de las tabletas porque esta sí requiere papel para dejar un dibujo sobre él y, al mismo tiempo, a través de una señal infrarroja deja datos en curvas en soporte digital. Lo que a Ramiro le resultó interesante es que esta herramienta tiene una especie de glitch o error en la traducción de datos que se nota cuando amplía esos dibujos que quedan sobre el papel. “Es un trabajo que propone una amistad entre el hombre y la máquina. La maquina tiene una expresividad completamente distinta a la mía y entonces el dibujo es algo que es mío pero ya no tanto y me gusta trabajar con eso” cuenta Ramiro.
Cuando le preguntamos acerca de la relación con el público y su obra nos dice: “Busco un espectador desprejuiciado. Que entienda que en una imagen bonita o agradable se pueden dar procesos más interesantes y que se puede ir más allá de esa primera aproximación. Despliega muchas más riquezas” detalla. “Es una trampita o un juego que le propongo al espectador”, agrega. A través de ciertas sensaciones o intenciones de generar efectos o preguntas, Ramiro se conoce a sí mismo al mismo tiempo que crea proyectos para hacer pensar a los otros. Porque algo tiene que estar siempre abierto para seguir conociéndonos, como dice mientras nos despedimos en su taller de Paternal.