Como aire para respirar, elemento vital y básico, así es el arte en la vida de Diego Mur. Todo lo que hace lo hace desde el arte: gestos, acciones, movimientos, pensamientos. Lo que parece tan natural hoy, en algún momento fue más racional y tuvo su instancia de decisión. Si bien Diego pintaba y dibujaba desde muy chico, cuando terminó el secundario estudió Bioquímica, luego Diseño de Indumentaria, Fotografía después y recién unos años más tarde fue que decidió que iba a dedicarse al arte. Necesitaba esa libertad creativa de poder hacer sin tener que responder a alguien más.
“Soy muy de la ciudad. Miro todo el tiempo, edificios, carteles. Ya sea detenido o en movimiento”
Su trabajo se centra en perspectivas geométricas complejas que va buscando en una gran hoja de calcar que se extiende hasta el infinito, donde traza líneas y va haciendo crecer la perspectiva, cada vez más. Como en una película de ciencia ficción, que de una grilla, surge otra y que detrás de una puerta hay todo un universo de planos y contraplanos, la labor de Diego es la del montajista, la del constructor, que crea nuevos universos a partir de la línea y de la relación de los espacios. El cuerpo humano es fundamental; no concibe su obra sin pensar en la relación del cuerpo con los espacios. Así, cuando está caminando por la calle, o en el colectivo, pasando por debajo de un puente, o en algún espacio o museo, Diego se mide, se acerca, se aleja, se hace más grande o más chico. Es que además de pintar, hace intervenciones a gran escala que terminan de construirse a partir del movimiento del espectador dentro del espacio. “Lo veo como una forma de traducir en la obra esas sensaciones que yo tengo cuando estoy en la calle, y tratar de que eso llegue al espectador para proponerle una nueva experiencia”, detalla. Como encontrar algo nuevo que parece lo mismo de siempre, esa parte lúdica de la experiencia con la obra es lo que le interesa en sus murales site specific donde muchas veces lo que el espacio tiene de único es lo que lo impulsa a crear, ya sean las paredes, las diagonales, las luces. “Hacer una instalación a gran escala es como salir de la intimidad del taller, donde uno está solo, muy ensimismado en el trabajo para pasar a estar en contacto con la gente y tener una devolución instantánea. La gente pasa, lo ve, comenta, se enoja, opina… No importa qué, en el taller esas cosas no suceden”, confiesa Diego. El trabajo es más dinámico y la sensación es la de estar adentro de la obra. La escala del cuerpo relacionada a una intervención arquitectónica es fundamental para el artista que muchas veces piensa la obra desde ese lugar, desde donde él puede poner el cuerpo. Así, por ejemplo, es la gran obra que realizó en la Usina del Arte en un plano inclinado de 300 metros cuadrados.
“Algunas de mis obras se terminan de construir con el espectador”
En su taller, sin ir más lejos, hay un mural pintado por él que cambia según la hora del día, según el recorrido del sol y también del recorrido de la persona. Hay un solo punto exacto donde dos partes aisladas de la obra forman un círculo perfecto.
“No puedo pensar la vida de otra manera. El arte no es mi trabajo en el taller, el arte para mí es tratar de hacer todo desde el arte. Mi vida es el arte y el arte es mi vida”
La perspectiva es el centro de su obra y usa elementos como espejos, colores flúo, luces ultravioletas o superposiciones de imágenes para crear sus cuerpos geométricos en fuga que muchas veces están inspirados en lugares reales: casas, tiendas, centros comerciales, ciudades. Trabaja por series en simultáneo, para que las ideas no se le escapen. Si aparece una, la atrapa, la describe y sigue. Y en algún momento todos los proyectos se unen, como prismas cuyas aristas se tocan y hacen que la obra se haga más extensa. En esos universos paralelos, en esos cubos tridimensionales, entra Diego, casi como un videojuego, como una escenografía para el futuro.