Las horas de la siesta y de la infancia pueden ser momentos tan mágicos como misteriosos. Horas de silencio en las casas, donde los niños practican la propia mirada sobre ese mundo que los adultos damos por sentado: así también comenzó el viaje creativo de Catalina White: “Desde chica me gustaba pintar y crear cosas: en los veranos pasábamos mucho tiempo en el campo y en la hora de la siesta, cuando nos mandaban afuera, yo vivía agarrando flores, ramas, tierra, cosas con las que sentía que hacía magia. Creo que todo viene de ahí, de esos momentos de alquimia. Con la naturaleza siento que se me abre un universo de fantasía que me lleva a crear otros mundos”.
Aquel mundo libre pareció caer en el olvido, hasta que un deseo muy fuerte de conexión la llevó a buscar, nuevamente, ese contacto, esa conexión con algo verdadero, como una llamada: “Al ir creciendo sentí que me alejaba de esa magia. Incluso cuando entré a estudiar en el IUNA me sentía un poco desconectada de lo personal, de lo propio. Y al preguntarme cuál era mi esencia en el arte fui reconectando con esa manera más propia, de lo que hacía en la infancia…”.
Rodeada de un jardín y de dos perros curiosos y amigables, el reino de Catalina White hoy se desenvuelve en contacto con árboles, plantas y, sobre todo, con aquello inasible que las anima. Una visión que comparte, profundamente, con culturas de las que se siente muy cercana: “Hace poco fui a Japón -relata- y allí, un poco a causa de la religión sintoísta, todo es visto como algo animado, todo tiene ojos y caritas, porque creen que los espíritus están en todas las cosas. Y yo creo en eso: cuando pinto, pinto tratando de manifestar esos espíritus de la naturaleza que los japoneses llaman ‘kami’. Y creo que estoy tratando de que aparezcan los kami de mi obra”, sonríe.
La manera de hacerlo es búsqueda y juego que se complementan mutuamente: “Cada mañana me tomo un café y enseguida me pongo a pintar. Estoy todo el día pintando, haciendo bocetos, escribiendo, escuchando a otros artistas, pensando en cosas que quiero hacer, en todo aquello con lo que resueno. También la escritura: la poesía, las maneras de combinar las palabras, o cuando leo citas que me resuenan como si fueran señales. Como si esos filósofos o artistas fueran parte de mí”.
Es que, si bien la naturaleza es una referencia central, también en el proceso creativo de White se encuentran grandes pintoras como “Georgia O’ Keeffe, ‘la madre’ referente. O Tal R, su forma de tomarse el arte me encanta. Y Marie Laurencin, una artista francesa de 1920 que me encanta. Justo cuando estuve en Kioto había una muestra de ella… ¡Fue increíble! Y también me influyen escritores como Bachelard, Spinoza, Deleuze. Yo siento que pinto desde ese lugar: de sentirme otra forma del ser de las cosas, como dice Spinoza, ¿no? Pinto no desde una visión antropocentrista, sino sintiendo que somos otro modo, que somos parte de una misma energía, como si nuestra consciencia fuera una manera de manifestar la conciencia de las otras cosas. Como ser un canal”.
Para White, esa manera de manifestar requiere de una enorme plasticidad para ser expresada: “Mi tipo de lenguaje depende de lo que necesite crear en cada momento. Si tengo en la cabeza una idea de algo, ese algo es lo que me va a decir qué materiales necesito usar. No me limito sólo al óleo. Ahora, por ejemplo, estoy trabajando con pastel a la tiza, o preparo la tela con diferentes materiales para crear un efecto determinado, o para probar y ver qué surge. Trato de inventar ese lenguaje, esas técnicas, para manifestar esta consciencia que tengo de las cosas”.
“Siento que el arte o el rol del artista es inventar un lenguaje y, a través de ese lenguaje, manifestar la conciencia que tiene. El arte es una ficción a través de la cual podés comunicarte”
En sus pinturas se percibe claramente la coexistencia de distintos aspectos de lo visible: la naturaleza y lo que está detrás de lo aparente: “Lo luminoso y lo oscuro en mi obra no surgen como cosas opuestas, sino que me refiero a lo oscuro como aquello que desconocemos, lo invisible, lo que no tiene palabras y es inasible. Y lo luminoso es lo que se ve, lo que sale a la luz. Mi tarea es que ambas cosas estén presentes, que haya un trabajo entre lo que se ve y lo que no se ve. No somos una sola cosa, no necesito decidir: somos buenos y malos, amamos y odiamos…”.
En el futuro se imagina en otros paisajes, en otras tierras, siempre en contacto con “la naturaleza manifestada de distintas maneras, como inspiración para nuevas maneras y formas de pensar”. Y sumergida en la creación permanente de un lenguaje propio. “Siento que el arte o el rol del artista es inventar un lenguaje y, a través de ese lenguaje, manifestar la conciencia que tiene. El arte es una ficción a través de la cual podés comunicarte”.
Alejandra Toronchik