La curiosidad es el motor de Marcolina Di Pierro. La llevó a mudarse de Chivilcoy a Buenos Aires para estudiar Ingeniería y Bellas Artes. Si bien abandonó la primera, su interés la acompaña en sus obras, en las que, entre acero y vidrio, explora y se divierte.
“La ingeniería está en todos lados. Me interesa, pero así como me interesan las formas”, señala. Eso se refleja en sus creaciones, que remiten a aspectos formales de la arquitectura y el diseño modernos, pero en combinación y contraste con diversas formas y materialidades. “No me gustan los titulares, pero el de la abstracción me identifica mucho. Mis obras son netamente reales desde la ficción, desde lo real imaginario que todos tenemos en nuestra conciencia. La materia prima es todo lo que me rodea, lo que me seduce o atrae. De ahí parte mi trabajo”, confiesa.
“La ingeniería está en todos lados. Me interesa, pero así como me interesan las formas”
Sus obras parten del mundo real, pero los objetos no tienen una intención utilitaria. Para sus últimas piezas Marcolina investigó sobre motores y electricidad para generar un mecanismo real, aunque sin funcionalidad. “Juego con esa parodia. Me divierte mucho”, asegura. La artista ve sus creaciones como un work in progress constante y en diálogo con sus otras piezas. “Desde el 2001 estoy en un proceso creativo. Porque en el hacer una y otra vez, reformular, matar algunas obras o dejarlas descansar, vuelven a surgir preguntas”, explica.
Aunque se egresó de Bellas Artes, siente que, en gran medida, fue autodidacta. Tomó cursos de animación, edición de video y multimedia, que aplica en su producción. “Trabajo las 24 horas. Para vaciar la cabeza, hago bocetos en papel, que luego pasan al render (3D) para ver mejor los objetos. Este programa te permite poner materiales, luces. Una pieza mía es muy distinta si está iluminada o no”, señala. Gran parte de su trabajo se encuadra en la exploración de la luz-color, con sus respectivos matices cromáticos y sombras. “Lo virtual funciona para ordenarme, para limpiar”, aclara. “Es un primer proceso de pulido, que al llegar al taller muta. Lo que veo en el render de una manera, en el comportamiento físico real del material puede ser muy distinto. Para eso está el taller. Empiezo a probar, enchastrarme, sorprenderme y, sobre todo, a divertirme”. También cuenta que otras obras surgen de la experimentación plena, sin idea previa, sin plan. “Simplemente por una necesidad de conectarme con los metales, oler y ver las formas de obras que no continué. Espero que esos elementos sobrantes me sugieran el paso siguiente”.
“Desde el 2001 estoy en un proceso creativo. Porque en el hacer una y otra vez, reformular, matar algunas obras o dejarlas descansar, vuelven a surgir preguntas”
La búsqueda insaciable de interrogantes es una constante de su vida, por la que agradece a sus padres, que siempre respetaron sus inquietudes, brindándole apertura mental. La búsqueda de problemas para resolver a nivel estética, forma, composición es el motor de su obra. “La sorpresa, el interrogante y el conflicto van de la mano. Si algo no me sorprende, lo abandono hasta que pueda encontrarle eso que no había visto en ningún otro lado. El arte es lo que posibilita la capacidad de sorprendernos. Te puede gustar o no, pero si te genera esa capacidad de sorpresa ya está, es suficiente”,declara.