Desde chica, Sofía Gallo está en contacto con el mundo del arte. Con su padrino artista visitaba exhibiciones. Con sus padres, dedicados al diseño de indumentaria, conocía diferentes telas y texturas. Recuerda pintar y dibujar en su infancia, pero no fue hasta la adultez, después de haber cursado Ciencias de la Comunicación y trabajar varios años en publicidad, que decidió dedicarse por completo al arte. Estudió con Daniel Joglar y Eduardo Stupía, que curaron sus primeras muestras individuales. “Le di a la pintura un lugar más serio y comprometido, pero que, en realidad, había estado siempre presente. No me imagino transitar la vida sin la pintura. Es una necesidad real y muy profunda. Es un privilegio poder ser artista”, asegura.
Con una acumulación de trazos y gestos, que recopiló a lo largo de los años en un catálogo propio, crea obras abstractas de gran tamaño que se exhiben en colecciones privadas en Argentina, México y Estados Unidos. “Hace varios años que exploro la pintura. Trabajo sobre lienzos de algodón crudo sin imprimar, porque en esa rusticidad encuentro nuevas estrategias con los materiales. Mi obra está atravesada por las emociones, los temperamentos, las energías. A través de la acumulación de trazos, formas, color, propongo imágenes inciertas. Mi pintura se va haciendo sobre la marcha”, explica.
“El arte para mí es una forma de comunicación, como vemos el mundo. Aparecen los deseos más profundos de cada uno, los intereses”
Sin embargo, hay algo que se repite. Ese catálogo de formas, gestos y colores evidencian el pincel de Sofía Gallo, su propio repertorio de signos. Entre el acrílico, el óleo y el pastel óleo encuentra su universo. “Siento un vínculo fuerte con los materiales. Una relación física que empieza mucho antes de que me ponga a pintar. A los materiales los estudio, los pruebo, pruebo diferentes soportes, trato de forzarlos. A las telas las trabajo, las abandono y las retomo con otra carga de intensidad”, señala.
Su forma de crear es desaforada, una búsqueda interna de conexión con los materiales. “Hace poco me puse a fabricar mis propios óleos, en esa búsqueda de querer entender cómo reacciona un material frente a la tela, porque según el material que elegís es la disposición física. Hay una necesidad de tener que pintar”, define. Las pinturas de Sofía muestran colores que se deslizan en la tela. Escenas abstractas, combinaciones de líneas, manchas que mueven el ojo de un lado a otro en un movimiento rítmico.
“Creo que la inspiración viene de estar atenta, ser curiosa, investigar sobre lo que me interesa. Me inspiran los encuentros con la naturaleza, que salgo a buscar muy seguido, y también verlos pintar a mis hijos. Me despierta nuevas ideas”
En la abstracción encuentra la libertad necesaria para crear. “Creo que la inspiración viene de estar atenta, ser curiosa, investigar sobre lo que me interesa. Me inspiran los encuentros con la naturaleza, que salgo a buscar muy seguido, y también verlos pintar a mis hijos. Me despierta nuevas ideas”, confiesa. Entre sus influencias menciona a varios referentes del arte abstracto y del expresionismo: Albert Oehlen, Helen Frankenthaler, Willem De Kooning y, a nivel local, Yuyo Noé.
Además de pintar, investiga sobre museos virtuales en la Universidad de Buenos Aires. “El arte para mí es una forma de comunicación, como vemos el mundo. Aparecen los deseos más profundos de cada uno, los intereses”, sostiene.