“El arte me salvó la vida. Mi aproximación fue inconciente, intuitiva, animal, urgente. Así empezó. Y después llegó el camino de la consciencia”. El que habla es Alejandro Somaschini, que se crió en una familia tradicional de Zona Norte, asistió a colegio católico y cuyo camino ya estaba escrito. Él, al igual que el resto de los hombres de su familia, sería abogado y tendría una vida más o menos tradicional. Romper con ese molde, sin dudas, no fue algo sencillo.
“A medida que iba entendiendo cosas fui remediando asuntos, ordenando otros… Si bien en un momento me costó aceptar la cosa biográfica de la obra, porque me parecía un plomo el artista hablando de su propio ombligo, me di cuenta que era lo que tenía que ser. Yo estaba ahí operando mi historia, mis raices y mis cosas desde la obra. Al principio desde la inconsciencia absoluta y después a medida que pasaba el tiempo se hacía más consciente”, relata Alejandro.
Su trabajo toma objetos simbólicos como bandejas de plástico descartable o pinturas de estampas japonesas, y trabaja a partir de la autotransformación. Buscando su propio lenguaje, su manera de hablar y de ser en este mundo, Alejandro toma objetos que están hechos en serie, objetos despersonalizados y descartables, para rescatar uno y darle un valor único. Así, una bandeja de plástico descartable se transforma en una delicadísima pieza de cerámica que contiene grabado encima una estampa japonesa del siglo dieciocho. Para llegar al trabajo tan detallista casi preciosista de esta estampa, Alejandro construye sus propias herramientas (pinceles, paletas, sellos) que le permiten llegar a lo más finito del detalle. El proceso está siempre al límite de todo: de las herramientas, del detalle, del ojo, de la mano. Incluso trabaja con lupas para lograr ese nivel de precisión. “Es un trabajo de obsesión básicamente” dice entre risas, mientras relata que siempre está inventando técnicas y herramientas para trabajar porque lo que existe no alcanza. Pequeños accidentes como pueden ser que un esmalte manche a otro o que alguna pieza se quiebre, aportan a este artista nuevos conceptos y nuevas series. La serie termina cuando llega al límite la comprensión del camino y del material con el que está trabajando. “Es un trabajo evolutivo y no repetitivo. Se termina cuando se tiene que terminar”, sentencia.
Cuando entiendo el camino y entiendo lo que me da el material, sigo.. Continuo. Es un trabajo evolutivo y no repetitivo. Me dan ganas de hacer otra cosa.
Con una rutina de trabajo constante, entre procesos de alquimia y meditación, Alejandro siente motores y fuegos que lo impulsan a trabajar. Muy relacionado al autoconocimiento, su obra gira en torno a sanar y resolver las herencias, lo que viene por sangre, educación y contexto. “Recibimos paquetes de situaciones no resueltas que nos hacen sufrir y me convoca ir solucionándolas”.
El arte para mi es una herramienta de autotransformación y si la llevás al límite de su desarrollo vos podés contar una historia personal tan particular que puede llegar a todo el mundo.
Cuando le preguntamos qué significa el arte en su vida nos cuenta que para él es una herramienta de autotransformación que, llevada al límite de su desarrollo, permite contar una historia personal tan particular capaz de llegar a todo el mundo. Entonces, el arte se torna algo universal desde la obra valiente, honesta y sincera de una persona.