El arte precolombino, los oficios, la historia, la cultura grecoromana, los pintores clásicos como Rembrandt o Caravaggio y las vanguardias, todas partes de una historia del arte de la que Ana Clara Soler es fan. Con un padre arquitecto y una madre virtuosa con sus manos, la infancia de Ana sucedió entre lápices, acrílicos, telas y libros de arte. Y ella, desde que recuerda, se la pasaba todo el día dibujando y pintando.
A la hora de elegir qué estudiar entró en Bellas Artes en el IUNA. Después, siguiendo su inquietud y curiosidad, y sus ganas de aprender, hizo talleres con artistas como Jorge Macchi, Nahuel Vecino, Matías Duville y Pablo Siquier, entró en el programa de artistas del Di Tella e incursionó también en el cine y en oficios como la cerámica.
Su trabajo en su corta carrera es extensísimo, producto quizás de su trabajo constante. Porque para Ana Clara el arte no tiene tanto que ver con la inspiración sino con el trabajo. “No creo que el arte tenga que ver con un talento o un virtuosismo o un grado de inspiración elevada. Creo que tiene más que ver con los pequeños rituales, las actividades y con tener formas de trabajar que aunque no estés inspirado funcionen.” Desde ordenar el taller, hacer listas y trabajar con la computadora, hasta dibujar, todas las tareas son parte del hacer diario de Ana Clara. Así, sus cuerpos de obra o series en general no son planificadas sino que van surgiendo del trabajo mismo. En una búsqueda constante, todo va hacia algún lugar y en algún momento dado el círculo se cierra.
Con un aire provocador, aunque ella no lo diga de sí misma, los materiales que elige para trabajar la desafían en un mundo del arte cada día más atravesado por conflictos sociopolíticos y de género. Un poco por esto es que Ana Clara elige para su obra la acuarela o la cerámica, categorías de arte que se escapan del mainstream y desafían el límite.
Hoy madre de Francisca de menos de un año, sus tiempos cambiaron pero siempre consigue volver al taller.
“La actividad artística en mi caso es totalmente terapéutica. A veces siento que me volvería loca si no tuviera esto.”
Como un estado meditativo, un momento para poner la mente en blanco y descargar física y emocionalmente, dejar todo atrás, como en una gran pileta de natación así es la práctica de arte de Ana.